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Me enseñaron a vender el cielo

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Por Juan Carlos González Ulloa

Aunque algunos sectores toman con cautela sus diversas aplicaciones, lo cierto es que la IA se ha ido incrustando cada vez más en nuestras realidades.

Algunos las amamos, otros las odian. Una habilidad imprescindible que genera emociones tan opuestas.

Y lo peor de todo… TODOS SOMOS buenos en ella. Aunque en distintos contextos.

¿A qué me refiero? Ventas.

Hace 4 días recibí una clase maestra de ventas a bordo de un vuelo de Ryanair. Lo vi todo desde la fila 25 (sí, sí, soy tan todo que ni asiento asignado pagué).

El jefe de sobrecargos tomó el micrófono durante 20 minutos y con humor, gesticulación y argumentos vendedores, promocionó de todo.

De todo significa de todo.

Empezó con lo bueno de su café y lo fresco de sus panes. Siguió con lo embriagante de sus bebidas alcohólicas. Luego los perfumes baratos, las pestañas postizas, tratamientos. Y cerró con lo más rentable: boletos de lotería.

Esa última venta fue una joya. Te cuento por qué.

Arrancó preguntando quién quería dejar de trabajar.

Luego, quién ya estaba jubilado.

Y por último: quién quería seguir pobre.

Entre los somnolientos pasajeros, pocos contestaban.

Parecía un rechazo generalizado.

Pero él siguió. Estoico.

Chiste por aquí, descuento por allá.

Oportunidades que volaban (literalmente).

Nada. Pensé que sólo yo lo escuchaba.

Entonces dijo que caminaría por el pasillo para entregar boletos a quien quisiera.

Yo esperé lo peor: cero ventas.

Y como iba hasta atrás, lo vi todo.

Avanzó con calma, sonrisa, mirada directa de lado a lado para conectar con cada pasajero. Sus ojos vendían.

Las primeras 5 filas, nada. Claro… son los ricos del avión. Ellos ya habían comprado bebidas antes. Tiene sentido.

En la fila 7, alguien levantó la mano. Suspiré. Hermano vendedor… ¡estoy contigo!

Después de eso, cada 4–8 filas alguien lo detenía.

Se le acabaron los boletos antes de llegar a mí.

Qué gusto. Otro día en la oficina para mi coach: “El merolico del aire”.

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